Cansado. Muy cansado. Frágil como si no tuviera piel. Indefenso. Pero sobre todo cansado de tener dos versiones. Oprimido el pecho, oprimida la garganta. Insignificante. Llenos los ojos de lágrimas de impotencia. No es justo. Nada de esto es justo y tal vez deba dejar de buscar justicia. Tal vez deba dejar de buscar sentido y deba sólo aceptarlo. Aceptar que ESTO es la vida y que no existe nada al final del arcoíris. Que no hay arcoíris. Incompleto, dependiente de una máquina para purificar mis males. Limitado. Formando parte de los olvidados, de los que no miran. Nadie entiende, nadie comprende y nadie quiere entender y nadie quiere comprender. Es un desierto sin fin. Una caminata sin destino llena de espejismos. Cansado. Cansado de andar, de sonreír, de vivir. En deuda con los incondicionales. Quiero llegar al oasis y sumergirme en sus frescas aguas y ser el que era, lo que era. Quiero encontrar el oasis y tirarme en su orilla a reír, a soñar, a dormir en paz. Somos huérfanos del mun
Anochece, otra vez. Ya en la cama está ella, la que a veces me acompaña y que llega sin invitación. Porque ¿quién habría de invitarla, dejarla pasar hasta la recamara y hacerle un lado en la cama? ¿Quién en su sano juicio aceptaría que existe? Y esa es la razón de estos escritos. Rendirme. Darla por hecho. Asumirla. Aceptarla. Cortejarla y hacerle el amor. Inevitable en días con lluvia, inevitable en noches así. Llega abruptamente, no necesita tocar la puerta. Entra sin tener llaves y se pone cómoda mientras me observa escribir. ¡Qué pequeño debo verme aquí, sentado frente a la computadora! Frágil, indefenso y con el único poder de escribir para darle sentido. Succiona el aire a mi alrededor, crea un vacío absoluto de oxígeno. Me separa del mundo, me desnuda. Me quita el traje diario con el que batallo para no mostrar, no asumir lo que sucede dentro. Pesa en la espalda, pesa en el alma, pesa en la mente y consume mi espíritu. Sólo aquí puedo asumir su existencia. Sólo aquí puedo mira